USO DE
RAZÓN. DICCIONARIO DE
FALACIAS.
© Ricardo
García Damborenea |
![]() |
Falacia
de la GENERALIZACIÓN PRECIPITADA |
Surge este sofisma cuando se generaliza a partir de casos que son insuficientes o poco representativos.
He
conocido tres: se ve que todos los gibraltareños son contrabandistas.
Se presentan las premisas como si aportaran un fundamento
seguro a la conclusión, cuando, en realidad, le ofrecen un sustento deleznable.
Si un sacerdote lascivo hace algo indecente, enseguida decimos: ¡Mira qué ejemplo nos da el clero! Como si aquel sacerdote fuera el clero. T. Moro.
Con frecuencia los ejemplos que pecan de insuficientes no son ni
típicos, ni siquiera representativos. Así ocurre con lo que podemos llamar el argumento de mis parientes basado en informaciones
familiares: — A mi cuñada le robaron el bolso en la
Gran Vía (como quien dice: a todo el mundo le roban). Conducen a generalizaciones extremas a partir de un caso aislado
que no es típico. No toda familia representa bien al conjunto de familias
españolas (no es cualquier familia). Nuestro grupo de contertulios, aunque
sea plural, tal vez no refleja los criterios predominantes del país... etc.
Aquí no se trata de que cada uno hable de la feria según le va en ella. Las afirmaciones que carecen de soporte son simples
anécdotas,
es decir, datos recogidos de manera poco rigurosa y, por lo general, basados en
experiencias exclusivamente personales. Ilustran, pero no demuestran, porque
ignoramos lo principal: si dichas experiencias personales son comunes o
muy raras. Cada vez que enfocan las
cámaras de televisión al diputado Gundisalvo lo cogen dormido. Ese hombre no
hace más que dormir. A lo mejor es verdad, pero no por este razonamiento que
generaliza a partir de datos manifiestamente insuficientes y, además, poco
representativos. Sin duda, el conjunto de la actividad parlamentaria del diputado
no se limita a los debates oceánicos que transmite la TV. Aquí se da un
fenómeno frecuente en nuestras apreciaciones: sumamos los datos de las experiencias
chocantes y no tomamos en cuenta las que no llaman la atención. Es posible que
el Sr. Gundisalvo haya aparecido más veces despierto que dormido, pero le
ocurre como al que mató a un perro y se quedó con mataperros. Dicho de otra
manera, con frecuencia las malas generalizaciones proceden de una selección de
datos sesgada por exceso de confianza en nuestras dotes de observación. Cuando uno se pone siempre en lo peor, cada vez que ocurre algo
malo acierta y archiva sus aciertos en la memoria. Por el contrario, cada vez
que se equivoca, la satisfacción porque han salido las cosas bien aventa el
recuerdo de sus temores. Resultado: lo único que almacena son aciertos, con lo
que se cree autorizado a proclamar: ¡nunca me equivoco!
Un amigo mostraba a Diágoras, en el
templo de Neptuno, el gran número de ex-votos depositados por los que habían
sobrevivido a un naufragio: Fíjate bien, tú que consideras locura invocar a
Neptuno en la tempestad. Sí, dijo Diágoras, pero ¿donde están los
ex-votos que prometieron los ahogados?[1]
Los prejuicios, en especial los elaborados sobre razas o
naciones, tienen su origen en una mala generalización (que se asocien o no
intereses materiales es otra historia). Si nos molesta el vecino de arriba
porque es un español alborotador, no generalizaremos que todos los españoles
son alborotadores, ya que conocemos muchos que no lo son. Pero si nuestro
vecino de arriba es marroquí, tal vez no concluyamos de la misma manera.
El odio extendido es igualmente fruto de una mala
generalización, sin la cual no sería posible la guerra. Para que el deber
consista en herir o matar sin saber quiénes son las víctimas, necesitamos
generalizar el odio y que todos los enemigos parezcan similares. Es preciso
uniformarlos, cosificarlos, convertirlos en cualesquiera. ¿Por qué no he de matarlo? Es un
inglés, un enemigo.[2] La generalización del odio es tan fantasmal como el amor
universal, siempre merecedor de la mayor sospecha. El amor es incompatible
con la generalización. Se deposita en objetos singulares a los que se diferencia,
se destaca del común, se particulariza: una esposa, un amigo, o un libro. Cosa
distinta es la caridad.
Siempre he odiado a todas las naciones, profesiones y comunidades, y todo mi amor va dirigido hacia las personas concretas (SWIFT).[3]
Es posible que, pese a la indigencia de los datos, una
generalización sea buena, esto es, que su conclusión sea verdadera. Habrá que
atribuir la puntería al olfato, la intuición o la buena fortuna de quien la
propone, pero nunca a la solidez de un argumento que, no por atinar, deja de
ser falaz. ¿Y qué importa, si hemos acertado? Hemos acertado por casualidad, no
por hacer las cosas bien. Si aquí ocurre como en la lotería, bien pudiera ser
que la fortuna no regrese jamás. Lo malo de los aciertos casuales es que
hipertrofian la confianza en los malos procedimientos.
Otras falacias que acompañan a las generalizaciones son: Conclusión desmesurada, Falacia casuística, Falacia del embudo, Falacia del Secundum
quid. ______________________________________________________________________ CUADRO SINÓPTICO DE LAS DISTINTAS
FALACIAS QUE ACOMPAÑAN A LAS GENERALIZACIONES Si generalizamos desde casos insuficientes
o excepcionales, cometemos una falacia de Generalización precipitada. Si nuestra generalización va más lejos de
lo que autorizan los datos, incurrimos en una falacia de Conclusión
desmesurada. Si negamos que las reglas generales tengan
excepciones o si aplicamos una regla general a una excepción, cometemos una
falacia de Secundum quid. Si rechazamos una regla general porque
existen excepciones, caemos en una falacia Casuistica. Si rechazamos la aplicación de una regla
apelando a excepciones infundadas, incurrimos en una Falacia del embudo. ______________________________________________________________________ |
|
||
|