INTRODUCCIÓN |
Índice: |
1. Los
argumentos: generalidades y vocabulario. 3. Razonamientos
mediatos e inmediatos. 5. Ideas
afines a la de argumento 7. Combinaciones
de argumentos 9. Tipos de
juicio y grados de certeza 10.
Demostración directa e indirecta. La reducción al absurdo 11.
La refutación 12. Argumentación ad hominem y ad rem.
13. Resumen |
Reglas pocas, pocas, y si es posible ningunas, ningunas. La naturaleza lo hace todo cuando no se encadena, y si en ciertos casos pide un auxilio, jamás desea un yugo. Varela. |
1. Los argumentos. Generalidades y vocabulario. Una vez que hemos establecido con claridad
la cuestión que se debate, en la que sostenemos una de las dos posiciones contradictorias,
llega la hora de apuntalar nuestra tesis con razones. Razón es la proposición
que se aduce en favor de otra:
Prefiero que contratemos trabajadores fijos.
Porque en este trabajo es muy importante la experiencia.
Groucho— La televisión es muy educativa. Cuando alguien
la enciende, me voy a leer un libro en otro cuarto. Algunos toman la razón como sinónimo de
argumento. Nosotros llamaremos argumento al conjunto de razones que
sostienen una conclusión.
No puede ser un cuervo.
Porque es blanco.
Todo el mundo sabe que los cuervos son negros.
Podemos definir el argumento como una serie
de razones articuladas (premisas) que se aportan con el propósito de
justificar o sostener otra (llamada conclusión). Así: los cuervos
son negros y este pájaro es blanco, son premisas que fundamentan
(sostienen, prueban, conducen a...) la conclusión: no puede ser un cuervo. Premisas (etimológicamente, puestas
delante) son frases que afirman o niegan algo. Según la tarea que
desarrollan en los razonamientos distinguimos dos tipos: datos y garantías. Llamamos datos a las observaciones
que nos conducen a la conclusión: este pájaro es blanco. Garantía es aquello que justifica el paso de los datos a
la conclusión: todos los cuervos son negros.
Los datos son razones que nacen de
la observación, sea propia o ajena, sistemática o casual, es decir, lo que se
ve, lo evidente, lo que nos ofrecen los sentidos, los testimonios, las estadísticas,
la opinión de expertos solventes, y, en general, todo lo que está basado en la
percepción o la experiencia. Esquemáticamente vienen a decir de B digo A,
o lo que es igual, B es A: Pedro es de Guinea. El día del crimen, el mayordomo
visitó a su anciana madre. Tradicionalmente conforman la segunda premisa,
también llamada premisa menor, porque ocupa el segundo lugar en los
esquemas y porque sus afirmaciones son de ámbito reducido. Algunos la llaman premisa
fáctica porque con frecuencia recoge un hecho particular
(factum). Como hemos dicho,
apoyan directamente la conclusión: Pedro es de Guinea,
luego habla castellano. El día del crimen, el mayordomo visitó a
su anciana madre, luego es inocente. Garantías son las razones que justifican
el paso de los datos a la conclusión: Los de Guinea hablan castellano. Pedro es de Guinea, luego habla castellano.
El asesino estaba en la mansión del
conde. El día del crimen, el mayordomo visitó a
su anciana madre, luego es inocente. Se les llama también primeras premisas o principios porque constituyen la base, el origen, la razón fundamental de cualquier argumento (Por eso llamamos principios a las normas de conducta). Utilizamos habitualmente como garantías, no tanto la experiencia directa, como el almacén de nuestros conocimientos: generalizaciones (Todo hombre es mortal), creencias (Nada se logra sin esfuerzo), definiciones (Sabiondo es el que presume de sabio sin serlo), leyes físicas (Los metales se dilatan con el calor), normas (Prohibido aparcar), valores, jerarquías de valores (Es preferible la muerte al deshonor, objetivos (Tienes que apañarte con la pensión).
Para una misma conclusión, podemos apelar a
diversas garantías: Una
generalización: Todos los cuervos que conozco son negros. Una definición: El cuervo es un pájaro negro. Una autoridad: Dice el maestro que los cuervos son negros. Esquemáticamente adoptan la forma Todo A
es C (o Cuando ocurre A aparece C, Si se da A se da C). Primera premisa: Todo A es C Segunda Premisa: B es A Conclusión: B es C En suma: toda demostración consiste en
fundamentar una verdad en otra o en varias. Para persuadir a los que nos niegan
alguna proposición
(porque les parece dudosa y obscura) nos servimos de una o
más proposiciones que no ofrezcan dificultad alguna y hacemos ver que nuestra
conclusión viene a decir lo mismo que las incontestables o se deriva de ellas.
Un buen razonamiento consiste en poner de manifiesto lo que estaba
oculto, y, para lograrlo, se vale de los sentidos y de las nociones evidentes.[1]
Las premisas pueden ser múltiples, pero hay
una y sólo una conclusión para cada argumento. Reconocemos que existe (o
debiera existir) un argumento allí donde percibimos una conclusión, es decir,
una proposición, una tesis, que reclama ser justificada. A
veces, a partir de un mismo dato podemos extraer diversas conclusiones:
Está todavía en pijama, luego: no
se ha lavado. la
cama está sin hacer. no
ha desayunado. pero es obvio que
se trata de argumentos distintos, cada uno de los cuales exige sus propias
garantías. Pudieran ser, por ejemplo:
Cuando se lava se quita el pijama.
Cuando se viste hace la cama.
Cuando está vestido, desayuna. También puede una garantía justificar
varias conclusiones, como ocurre cuando una misma causa produce diversos
efectos.
Si ha habido tormenta tendremos inundado el sótano, estará enmohecido
todo lo del frigorífico y se habrá escapado el perro. Efectivamente, todo eso puede ocurrir si
hay tormenta, pero por razones distintas. 3. Razonamientos mediatos e inmediatos Lo habitual es que necesitemos dos o más
premisas para justificar la tesis. Abundan, sin embargo, los argumentos en los
que basta con una. Se les llama inmediatos porque no precisan nada que
medie entre el dato y la conclusión. Los más habituales son aquellos
razonamientos de sentido común que se apoyan tácitamente en el principio de no
contradicción, o en relaciones, por ejemplo:
Si está vivo, no está muerto.
Es imposible que Pilar sea y no sea al mismo tiempo la responsable.
Si ganó el Madrid, perdió el Barcelona.
Juan está a la derecha de Pedro, luego Pedro está a la izquierda de
Juan. Lo mismo vale cuando hablamos de algo mayor, superior,
anterior, etc. Salvo estas excepciones, y otras
semejantes, que podríamos considerar, como suele decirse: de cajón, el
resto de nuestros razonamientos exigen por lo menos dos premisas (aunque no se
expongan), es decir, son mediatos, y a ellos nos referiremos
habitualmente en esta
web. ¿Cuántas premisas puede llegar a tener un
argumento? Miles, como ocurre en una encuesta pública, pero los entendemos
mejor si las reducimos a dos o tres. Comenzamos un argumento por la primera
premisa, la segunda o la conclusión, según convenga. Lo más frecuente es
adelantar la conclusión y sostenerla después con las razones. Mohamed Ben Kassar no puede ser privado
de su nacionalidad, porque es español de origen y los españoles de origen no pueden ser
privados de su nacionalidad. pero puede figurar
la conclusión en medio, al final o no aparecer por ser obvia:
Ningún español de origen puede ser privado de su nacionalidad, y Mohamed
Ben Kassar es español de origen. 5. Ideas afines a la de argumento Cuando una afirmación carece de sostén,
esto es, de premisas, no estamos ante un argumento. Puede expresar una opinión.
La raza aria es superior a todas. A.
Hitler. ¿Por qué es superior? No existe argumento
si una opinión o una posición no se defiende con, al menos, una razón, una
prueba o alguna afirmación que intente justificarla. Todo argumento, por
definición, está dirigido al objetivo de demostrar la verdad (conveniencia)
o falsedad de una afirmación particular, mediante pruebas convincentes. En
otras palabras: un argumento es una opinión razonada. Cuando no se aportan
razones es imposible resolver nada sobre la verdad o falsedad de la proposición
que se escucha. Por eso no la refutaremos como falsa (salvo que podamos probarlo)
sino como carente de fundamento. ¿En qué se distingue un argumento de un
razonamiento? Con
frecuencia aparecen como sinónimos, pero no todos los razonamientos son argumentos.
Se diferencian por su ámbito de influencia. Razonamos para nosotros mismos; argumentamos
para los demás. Razonamos antes de argumentar y nuestro argumento trata de
expresar lo mejor del razonamiento. Un argumento, pues, es la manifestación
externa de un razonamiento, su proyección social, una herramienta de persuasión
que sale a la calle. Argumentamos para que nuestra opinión pueda ser compartida.
Tratamos de justificar nuestras conclusiones en términos comprensibles y
persuasivos para los demás. De un razonamiento a un argumento media la misma
distancia que va de un pensamiento a su expresión oral. Aunque con frecuencia
los empleamos como sinónimos, son cosas distintas. ¿En qué se distingue un argumento de una explicación?
Aparentemente en nada. Ambos responden a porqués, y ambos aportan razones que
prueban o explican una proposición. A veces una explicación sirve de argumento
y viceversa. Como veremos enseguida, muchos argumentos operan como la
mejor explicación disponible. ¿Cuál es la diferencia? En el mejor de los
casos, sólo se diferencian por su finalidad. El objetivo de un argumento es
probar una conclusión discutible, mientras que la explicación presupone que no
existe discrepancia. Veamos un ejemplo de cada cosa: —¿En qué se basa para afirmar que su
padre escogió la carretera? —Él sabía que la autopista estaba
saturada. —¿Cómo es que su padre escogió la
carretera? —Porque sabía que la autopista estaba saturada. Este segundo ejemplo no es un argumento
porque las razones no se traen para sostener una conclusión que nadie discute,
sino para explicarla. Al argumento lo caracteriza el afán de sostener una
afirmación no compartida, abierta a discusión o duda. En muchos casos, no es
posible distinguir ambos conceptos, porque al tiempo que se prueba, se
explica:
Nos hundiremos en 10 minutos porque se ha abierto una vía de agua en
el casco de la embarcación. Todos los argumentos que llamamos plausibles
no son sino explicaciones convincentes. Sea cual fuere el modo en que presentamos o
se nos ofrece un argumento, siempre es posible reconstruirlo en un formato que
exhiba con claridad la estructura lógica del razonamiento, según el esquema
siguiente: Ya que (premisa) y (premisa) y (premisa) ---------------- Luego (conclusión) Rara vez encontramos argumentos expuestos de
forma tan clara. Razón de más para habituarnos a reconstruirlos, aunque sea mentalmente,
apartando a un lado toda la hojarasca discursiva que lo reviste para ordenar
los pasos del razonamiento. Por ejemplo: No se puede decir que los sacerdotes católicos carezcan de
responsabilidad en la guerrilla nicaragüense. Todos los revolucionarios de la
región son católicos, como los sacerdotes. Es muy probable y más que probable
que los sacerotes sean revolucionarios marxistas, por lo que no se les puede
considerar inocentes en este conflicto. Parece convincente, pero veamos qué dice en
realidad: Todos los revolucionarios de la región
son católicos. Todos los sacerdotes de la región son
católicos. Luego, todos los sacerdotes de la región
son revolucionarios. ¡Qué barbaridad!
¿De dónde sale esto? La conclusión no se sigue de las premisas. La segunda y la
conclusión hablan de los sacerdotes, pero la primera no dice nada de ellos; no
ofrece ninguna garantía que permita el paso de la segunda a la conclusión. Dice
que los revolucionarios son católicos, pero no rechaza que lo sean igualmente
los que no son revolucionarios. Es como decir:
Todos los ministros han estudiado derecho.
Todos los abogados han estudiado derecho. Luego, todos los abogados son ministros. Esta es una falacia muy común que se cuela
insidiosamente salvo que reconstruyamos el argumento. ¿Cuál sería la garantía
correcta para lo que se pretende concluir?: Todos los católicos son
revolucionarios. Pero no lo dice. No podremos refutar adecuadamente un
argumento contrario sin desenredarlo. Más aún, la manera más simple de atacar
un razonamiento erróneo (falacia) consiste en traducirlo a la forma estándar,
para que su carácter defectuoso clame a los ojos de cualquier observador.
Los fallos resultan así tan obvios que el oponente pudiera incluso acusarnos
de distorsionar su argumento. Para evitarlo, conviene ser cuidadoso en la
reconstrucción y, antes de llamar la atención sobre ningún error, solicitar el
auxilio del contrincante para que confirme lo adecuado de nuestro análisis: Si
le he entendido bien, dice usted esto y lo otro ¿es así? Tal vez en este
momento, el oponente se incline a corregir la chapuza. Nada nos impide
prestarle ayuda. Emplearemos la forma estándar para exponer
el esqueleto de todos los argumentos que examinemos en esta obra. 7. Combinaciones de argumentos El término argumento se emplea a
veces para referirse a toda una serie de ellos que están relacionados entre sí.
Por ejemplo, cualquier editorial de periódico suele contener
diversos argumentos aislados
(conclusiones amparadas por razones), que están traídos como soporte de una
misma conclusión general, de modo que el editorial se comporta como un
macro-argumento compuesto por varios sub-argumentos. Para evitar confusiones,
al conjunto de razonamientos que persiguen una misma finalidad (sostener la
misma conclusión) lo llamamos argumentación. Cuando somos capaces de imaginar toda una
serie de argumentos que pueden servir para un mismo propósito, decimos que
contamos con un inventario de argumentos o, como han popularizado los
técnicos del marketing, un argumentario. Por ejemplo, para defender la
conveniencia del ingreso de España en la Unión Europea, se acumularon
argumentos tan diversos como: Nos conviene estar en la Unión Europea
porque:
no queremos vivir aislados.
mejorará nuestro bienestar.
no sabemos organizarnos y es mejor que nos organicen.
deseamos dedicar los botijos a la decoración de interiores.
lo rechazan los habitualmente irresponsables. Este conjunto de argumentos disponibles
para una finalidad, forman el argumentario. El razonamiento que incluye a
varios de ellos o a todos es una argumentación. Las formas típicas de estas articulaciones
argumentales son la suma y el encadenamiento. A veces aparecen
combinadas. a. Suma.
Acabamos de ver una. Se produce siempre que amontonamos argumentos que, desde
diversos puntos de partida, vienen a coincidir en la misma conclusión. Son
argumentos convergentes, a menudo hilvanados con expresiones como: además,
por otra parte, por si fuera poco...
Prefiero no salir. Nos vamos a aburrir, gastaremos dinero a lo tonto,
tropezaremos con tu cuñada, además está lloviendo.
Cásate conmigo, porque:
Con este mismo repertorio, podríamos
preparar un mitin electoral de éxito (quien lo dude, no ha asistido a
ninguno). Hay un modelo específico de suma que
consiste en acumular varios argumentos del signo, para conformar un
diagnóstico o una prueba de
indicios:
Estornuda.
Le duele la garganta.
Tiene fiebre.
Conclusión: Todo parece indicar que ha cogido un
catarro. Se les ha llamado Argumentos por acumulación
de evidencia. Caracterizan, como digo, a la argumentación por signos o
indicios. b. Encadenamiento o Sorites[2].
Es una cadena de argumentos en la que la conclusión del primero sirve de premisa
para el segundo, y así sucesivamente, hasta alcanzar la conclusión definitiva.
La argumentación forma un arco capaz de salvar grandes distancias. Son
argumentos sucesivos:
Los empleados fijos trabajan más a gusto, con lo que se identifican
mejor con la empresa, lo que les anima a preocuparse más por la calidad del
producto. Si contratamos trabajadores fijos, mejorará la calidad de nuestros
productos. El sorites puede formarse de dos maneras,
según cual sea la forma del encadenamiento: En
la primera, que los escolásticos llamaban regresiva, el predicado de cada
proposición es el sujeto de la siguiente. Por ejemplo: A es B Jerez está en
Cádiz B es C Cádiz está en
Andalucía C es D Andalucía
está en España
Luego
A es D Jerez está en España La conclusión habla del mismo sujeto con
que comenzó la cadena. Ha cambiado el predicado: se dice otra cosa del
mismo sujeto
(Como Jerez estaba en Cádiz, resulta que está en España).
Donde haya leyes, habrá procesos; donde haya procesos, habrá
abogados; donde haya abogados, habrá argumentos; luego donde haya leyes, habrá
argumentos. En la forma segunda o progresiva, cambia el
sujeto de la conclusión, pero no el predicado: se dice lo mismo, pero de
otra cosa. En ella, el sujeto de cada proposición es el predicado de la
siguiente: C es D Andalucía
está en España B es C Cádiz en
Andalucía A es B Jerez en
Cádiz Luego A es D
Jerez está en
España
Todo ser libre es responsable,
Todo ser racional es libre,
El hombre es racional,
Luego el hombre es responsable. Con las cadenas argumentales se puede colar
mucha mercancía averiada. Constituyen un escondrijo de sofismas porque, al no
estar desplegado cada argumento, pasan desapercibidos los defectos. Por
ejemplo:
La señora Martínez gobierna al señor Martínez. El señor Martínez
gobierna como alcalde la localidad de Villahorrenda. Luego, es obvio que la
señora Martínez gobierna la población de Villahorrenda. Asistimos aquí a una flagrante falacia de
Ambigüedad. Otras
falacias frecuentes en las cadenas argumentales son la Pendiente Resbaladiza y el
Wishful Thinking. ¿Quien ha de probar una proposición
discutible? Quien la afirma. Se dice que le corresponde la carga de la prueba,
que lleva el peso de la prueba. No siempre es necesario suministrarla, porque
no siempre se nos pide que sostengamos nuestras afirmaciones. Pero si se nos
pregunta ¿por qué? o ¿cómo sabes que es cierto? estamos
obligados a justificarlo. Quien no lo hace, incurre en la falacia de eludir
la carga de la prueba. Una excepción a esta regla se da cuando la
afirmación en cuestión es de conocimiento común. En tal caso, la carga de la
prueba recae sobre quien la rechace. Si afirmamos algo que casi todo el mundo
comparte, por ejemplo: las madres aman a sus hijos, no necesitamos aportar
pruebas para demostrarlo, porque la experiencia común indica que así ocurren
las cosas habitualmente, salvo excepciones. Lo que se presume como cierto, lo
que se reputa como verdad, no precisa prueba. Quien pretenda afirmar lo contrario
deberá justificar su punto de vista. ¿Qué es lo que hay que probar? Si
tuviéramos que defender no sólo la conclusión, sino cada una de las premisas y
cada uno de los asertos que apoyan las premisas y cada una de las razones que
respaldan las razones que sostienen a las premisas..., se produciría una cadena
infinita de pruebas que haría la tarea imposible. Nadie pide tanto, pero como
mínimo, tenemos la responsabilidad de ofrecer pruebas para la conclusión y para
cualquier premisa cuestionable, si se nos reclaman. Cuando en una demostración se juntan la
conclusión, sus dos premisas y los correspondientes fundamentos de estas, se
genera una complicada arquitectura argumental a la que los antiguos
llamaban Epiquerema y que está desterrada de nuestras discusiones. No
obstante, seguimos utilizándolo como esqueleto de un discurso. Por ejemplo,
sea la tesis: dialogar con terroristas armados es inútil, que se ampara
en las siguientes premisas:
Los terroristas no desistirán si no se les fuerza.
La negociación les anima a resistir.
__________________________________________________
Luego negociar con terroristas armados es inútil. La primera premisa se puede sostener con
varias razones: la historia de las escisiones en los grupos terroristas
muestra que siempre permanecen los irreductibles; nadie renuncia
gratuitamente al poder que disfruta; los pistoleros no pueden quebrar sus
compromisos con los presos o los electores... etc. La segunda premisa se
puede sostener también por varios caminos: los terroristas consideran la
negociación como un éxito de su estrategia y un fracaso del gobierno; los
terroristas conservarán las armas para asegurar la continuidad de la
negociación... etc. En suma, si comenzamos por el primer sostén de la
primera premisa y seguimos hasta el último de la segunda, podemos cerrar el
discurso con una conclusión bien fundamentada y sin que nos falte materia
(¡aunque hablemos más que Fidel Castro!). Cicerón utiliza este esquema con
frecuencia (pro Milón, pro Celio, pro Murena). Por ejemplo, todo el
discurso en defensa de Milón, consiste en un gran epiquerema cuyo argumento
básico dice: Es lícito matar en defensa propia. Clodio atentó contra la vida
Milón. Luego éste tenía derecho a matarlo para defenderse. La primera
premisa se prueba con la Ley Natural, el Derecho de gentes, y acumulando
ejemplos semejantes. La segunda se conjetura por las circunstancias del caso: el equipaje
de Clodio, el acompañamiento, etc. Pero, en fin, como no estamos en un libro
de oratoria, dejaremos este camino. 9. Tipos de juicios y grados de certeza Nuestras proposiciones pueden ser de dos
tipos, según la fuerza con que afirman las cosas: necesarias y contingentes. Son necesarias
cuando afirman que algo no puede ser de otro modo: los hombres son mortales.
Permiten conclusiones obligadas. El juicio de necesidad exige un conocimiento
sólido y se fundamenta en leyes o en condiciones conocidas: no es posible
que mañana no salga el sol; mañana saldrá el sol necesariamente. Son contingentes
cuando admiten tácitamente que algo puede ser de otro modo: los perros
muerden. Solamente autorizan conclusiones probables. El juicio de
probabilidad se produce cuando hemos comprobado las cosas efectivamente en
numerosas ocasiones. Sabemos que ocurren habitualmente, pero no siempre, y no
podemos asegurar si ocurrirán la próxima vez. El conocimiento
probable (los perros muerden) nos permite establecer juicios posibles
sobre un caso particular: es posible que ese pero muerda porque los
perros, en general, muerden, pero no siempre. Señalamos que algo pudiera
ocurrir: quizás muerda; tal vez se ha desmayado del susto; es posible que
no venga. El juicio de posibilidad formula una hipótesis, una
interpretación explicativa de las cosas y concede el mismo peso a la
posibilidad contraria: tal vez sí y tal vez no.
¿Quiere decir que el tabaco mata en todos los casos? (conclusión necesaria) ¿Que es probable que mate porque lo hace habitualmente? (conclusión probable) ¿Que puede matar? (conclusión posible)
Recuérdese que un juicio posible puede ser reforzado por una regla prudencial. Por ejemplo:
—Esa escopeta que tiene el niño puede estar cargada. —También puede ser que no lo esté. —La prudencia aconseja ponerse en lo peor.
Nos importan de manera especial los juicios
de probabilidad, pues de este tipo son las generalidades que empleamos con más
frecuencia. Las llamamos presuntivas porque, aunque admiten
excepciones, son afirmaciones habitualmente ciertas.
10. Demostración directa e indirecta. Enumeración,
disyuntiva, dilema y reducción al absurdo Habitualmente, quien argumenta aporta
razones en favor de una tesis. Esto es lo que se llama una demostración
directa. Se muestran las premisas que conducen directamente a la
conclusión:
Todo número par es divisible por dos.
Quince no es divisible por dos.
Luego quince no es número par. Hay casos, sin embargo, en que no podemos
probar la conclusión por derecho y efectuamos un rodeo, la demostración
indirecta, por alguno de los caminos siguientes: a. por eliminación. Consiste en
probar la verdad o conveniencia de una proposición mostrando que todas las
otras hipótesis posibles son falsas o inconvenientes. Este es el patrón que
siguen los argumentos por enumeración, los disyuntivos y los dilemas. Son argumentos disyuntivos los
que como primera premisa ofrecen un juicio disyuntivo en el que se afirman dos
posibilidades incompatibles separadas por la conjunción o de
modo que si se afirma una se excluye la otra: Estuvo allí o no estuvo.
Para resolver cuál de las posibilidades es cierta (verosímil, conveniente)
disponemos de dos caminos: negar una o afirmar la contraria:
Si consta que el tribunal fue comprado, lo fue o por Hábito o por
Opiánico. Si demuestro que no lo fue por Hábito, pruebo que lo fue por
Opiánico; y, si hago ver que lo fue por Opiánico, eximo a Hábito de
culpabilidad. Cicerón.[3] Empleamos los juicios disyuntivos en toda clase
de cuestiones, bien enfrentado alternativas diferentes (Tuvo que ser o el
lunes o el jueves), bien una afirmación y su negación (Estuvo o no
estuvo). De esta manera exponemos todas las controversias: La televisión
es buena o no es buena para los niños, sean conjeturas, valoraciones o
definiciones: es posible o no es posible; se llama así o asao; es útil o
inútil. Ofrecemos dos alternativas incompatibles, cada una de las cuales
se analiza por separado, generalmente mediante un argumento condicional:
Nos hemos quedado sin luz en casa o en todo el barrio.
En los argumentos por enumeración actuamos como si se tratara de
disyuntivas ampliadas. Ofrecemos todas las soluciones posibles de un
determinado problema para escoger entre ellas la buena: O vas a Madrid, o
vas a Sevilla o te quedas en Santiago. Supuesto que la enumeración sea
completa y las diversas alternativas, incompatibles, argumentaremos exactamente
igual que si se tratara de una disyuntiva: afirmamos uno de sus términos o
negamos todos los demás.
S es A o B o C
Pero no es B ni es C
Luego es A
El asesino hubo de ser: o Pedro, o Carlos, o Andrés. - Si hubiera sido Pedro, tuvo que
estar presente, pero estaba de viaje. Luego no fue Pedro. - Si hubiera sido Andrés, tuvo que
manejar el arma, pero no pudo, porque es paralítico. Luego no fue Andrés.
En conclusión: si no han sido ni Pedro ni Andrés, tuvo que ser Carlos. Así argumenta Allan Poe en Los crímenes
de la calle Morgue:
Los asesinos tuvieron que salir por la puerta, por la chimenea o por
la ventana de la habitación trasera. Sabemos que no utilizaron la puerta porque
había testigos. No cabe un ser humano por el hueco de la chimenea. Si estas dos
posibilidades son imposibles, necesariamente tuvieron que salir por la ventana
aunque esté cerrada por dentro. Sólo nos falta demostrar que esta aparente
imposibilidad no es tal en la realidad. Como es obvio, el argumento no se resuelve
si nuestra exclusión es parcial:
La avería tenía que ser por un fallo de la bateria, de la delco o de las
bujías. Le he cambiado las bujías, así que ahora el coche tiene que ir bien. Los dilemas
son una variedad de argumento disyuntivo caracterizada porque las dos
posibilidades que se consideran conducen al mismo resultado.
Una de dos, intenta irritarnos o no.
Si lo intenta, no debemos enfadarnos, porque le proporcionaríamos una
satisfacción que no merece.
Si no lo intenta, tampoco debemos enfadarnos, porque sería hacerle una
injusticia.
Luego en ningún caso debemos enfadarnos. Su empleo y sus aplicaciones no difieren por
lo demás de lo ya señalado para los argumentos disyuntivos. Otras formas de argumentación
indirecta la ofrecen el argumento ex-silentio o por el silencio y el argumento ex-contrarii
o por los contrarios.. b. por reducción
al absurdo. Este procedimiento emplea una disyunción en la que incluimos el
supuesto contrario. Prueba que una conclusión es cierta porque su contradictoria
sería falsa o absurda. Como dos cosas contradictorias no pueden ser ciertas,
si se demuestra que una es falsa, será cierta la otra. Reducción a
significa convertir en. El nombre (ad absurdum ducens)
sugiere que por este procedimiento se conduce a quien niega la verdad
de la tesis a consecuencias absurdas o inconvenientes.
Supongamos, como usted dice, que el Presidente del Gobierno no estaba
enterado del asunto.
Si el Presidente no se entera de los asuntos de su competencia, es que
no se interesa por su tarea, lo cual además de absurdo, es falso.
Luego el Presidente estaba enterado.
Dicho en términos esquemáticos:
Si no es A, habrá que aceptar que es no-A
Si fuera no-A, entonces se daría no-B
Pero se da B
Luego no puede ser no-A
Luego es A
La capacidad de volar no puede considerarse como esencial en las aves,
porque si lo fuera, el pingüino no sería un ave, pero lo es.
Si consideramos estables únicamente a las parejas que firman un
compromiso público, serían estables los matrimonios que duran dos meses, lo que
es absurdo. Si fuera cierto lo que se supone, serían
verdad sus consecuencias. Como éstas son falsas (o estúpidas, o inconcebibles,
o indeseables, o contradictorias con lo que se afirma o con lo que se sabe),
se concluye que no es verdad el supuesto (porque sostenerlo conduce al absurdo),
y que la verdad es lo contrario, lo que se trataba de demostrar
Si determinar la culpabilidad de un acusado fuera cosa sencilla no se
precisarían tantas personas en un jurado. Pero se precisan, luego no debe ser
cosa sencilla. No escapan estos argumentos a nuestra gusto
por la simplificación. En la vida real es rarísimo tropezar con una reducción
al absurdo completa, porque alcanza la ridiculez de lo obvio:
O me ha puesto la zancadilla usted o ha sido otra persona. Si ha sido otra persona debiera estar
aquí. Pero no está Luego no ha sido otra persona. En conclusión: ha sido usted. Lo resumimos en una sola frase que da por
sobreentendido todo el razonamiento:
Si no ha sido usted, habrá sido el nuncio. No sólo argumentamos para defender nuestras
posiciones. También lo hacemos para rechazar las de la parte contraria.
Podemos utilizar diversos procedimientos: a. La refutación más directa consiste
en impugnar lo que se afirma, bien porque las premisas no están probadas, bien
porque son falsas o contradictorias con los hechos conocidos, bien porque
existen errores en la argumentación (falacias):
No es cierto que el mayordomo visitara a su madre.
No es cierto que todas las aves vuelen. De las falacias nos ocupamos en Diccionario de falacias. b. Podemos también rebatir un
argumento a partir de sus propios componentes por medio de una concesión, una
retorsión o por reducción al absurdo. - Hacemos una concesión para
señalar que, aun reconocido algo, tenemos razón: Dices que es difícil, yo creo que no, pero aun cuando lo fuera, debes hacerlo.
Conseguiré que admitáis que Licinio no sólo no debe ser
eliminado de la lista de los
ciudadanos, toda vez que es verdadero ciudadano, sino que incluso si no lo
fuera, debería habérsele concedido el derecho de ciudadanía. Cicerón.[4]
La concesión, como se ve, es un salto a la
garrocha sobre el argumento del adversario.
Para mayor prueba de lo que pretendemos probar, concedemos al adversario algo de lo que él nos opone y le demostramos que no concluye, aunque se le conceda (Fray Luis de León). - En la retorsión, combatimos
al contrincante dando la vuelta a sus mismas razones:
—No voy a gastar los pocos días que me quedan de vacaciones en hacer
los deberes.
—Precisamente porque son pocos tienes que aprovecharlos. Del mismo dato se extrae una conclusión
opuesta. Como el profesor Lafuente pasase lista diaria y pusiera faltas de
asistencia, se acercaron al profesor unos cuantos diciéndole que declarada la
libertad de enseñanza, no debía obligarnos a asistir a clase; pero contestó
que por lo mismo que se había proclamado la libertad de enseñanza, él enseñaba
como le parecía bien. Cardenal
Belarmino— ¿Podéis dudar, querido Galileo, del movimiento del sol cuando la
Sagrada Escritura dice terminantemente que Josué le dijo: “Sol, no te muevas”;
y el sol se paró en mitad de su carrera? Galileo— Pues ved ahí, Eminentísimo Señor, ved ahí por qué digo yo que el sol está parado: porque Josué lo paró.[5]
Se emplea con frecuencia la retorsión para refutar los dilemas.
- La reducción al absurdo nos
sirve también para refutar. En este caso, utilizamos la conclusión del
adversario como si fuera cierta: Si es verdad que me ayudas para que trabaje menos, ¿por qué cuando lo
haces tengo que trabajar más?
Si no buscas nada, ¿Qué hace tu mano en mi bolsillo?
Si quieres adelgazar ¿por qué comes tanto? Podríamos enumerar refutaciones específicas para cada modalidad de argumento y para cada falacia, pero no es el momento. Visite para estas cosas el diccionario de falacias. A todas estas variedades de refutación las
llamamos fuertes porque persiguen derruir el argumento del oponente. Se
consideran débiles las refutaciones que sin tocar el argumento
adversario, le enfrentan otro que pruebe lo contrario, con lo que, en cierto
modo equilibran las posiciones: dejan la pelota en el tejado. Ni qué decir tiene: toda refutación, si no
es sólida, puede ser refutada. 12. Argumentación ad hominem y argumentación ad
rem Tradicionalmente, se ha distinguido entre argumento ad hominem (dirigido al hombre) y argumento ad rem (dirigido a la cosa). El primero es un razonamiento dispuesto específicamente para las personas que aceptan determinados hechos o valores. A todo el mundo no se le persuade de la misma manera. Quien conoce las razones a las que puede ser más sensible un individuo determinado, sabe de antemano que logrará persuadirlo: déjame hablarle que yo lo entiendo.
Siempre es la más eficaz razón la que se toma de lo que el otro admite (Fray Luis de León).
Los anuncios
de la televisión no utilizan las mismas razones para dirigirse a un niño, a un
anciano, a un ejecutivo o a un catarroso. Un economista francés resumió las ventajas
que ofrecía la agricultura para la Corona en el razonamiento:
Agricultores pobres, reino pobre; reino pobre, rey pobre. Por el contrario, los argumentos ad
rem (a la cosa), o ad rei veritatem (a la verdad de la cosa) o ad
humanitatem (a la humanidad), que de todas estas maneras se les ha llamado,
son los que se dirigen a sostener o combatir la verdad de una proposición en
términos objetivos y, por lo tanto, válidos para todo el mundo. Este es el
caso, por ejemplo, del teorema de Pitágoras, que no toma en consideración el
auditorio y ni siquiera le importa que
no lo haya.
Los geómetras no persuaden, sino que obligan a creer.[6]
Locke bautizó como argumento ad hominem
(es el inventor de los argumentos en ad) el tradicional argumentum
ex concessis, que utilizaba en su favor los principios aceptados o concedidos
(ex concessis) por el contrario. Sócrates lo empleaba continuamente: Entonces, ¿cómo lo hacía Sócrates? Obligaba al propio interlocutor a
testimoniar en su favor y no necesitaba ningún otro testigo. Por eso podía
decir: "Los demás, a paseo; a mí me basta como testigo mi interlocutor.[7] En general podemos decir: dado que toda la
argumentación práctica se corta a la medida del auditorio y se apoya en sus
convicciones, todo argumento práctico (moral, jurídico, político,
filosófico) que pretenda ser persuasivo, es un
argumento ex concessis,
esto es, se apoya en
principios
aceptados por la audiencia.
Las posibilidades de argumentación dependen de lo que cada uno está
dispuesto a conceder, de los valores que reconoce, de los hechos sobre los que
señala su conformidad; por consiguiente, toda argumentación es una argumentación
"ad hominem" o "ex concessis". Perelman. No se puede persuadir a nadie a partir de
premisas que desconoce o rechaza. Sería como discutir con un topo los encantos
del paisaje. Si pretendemos porfiar con un nacionalista catalán no podremos convencerle
de que Cataluña es España por muchas razones que aportemos para justificarlo.
Cuando no se comparten los principios el debate se convierte en un diálogo de
sordos. Necesitaríamos argumentar a partir de algo en lo que nuestro adversario
esté de acuerdo: si él piensa que la grandeza de la patria está vinculada a
la independencia, podríamos intentar persuadirlo de que la grandeza
económica, educativa y cultural de Cataluña sólo se pueden alcanzar en el seno
de España; la independencia cuando no se está en condiciones de competir es
una vía segura hacia la miseria, etc.
Si encuentro algún cuáquero, le diré: Puesto que amas a tus semejantes
no dejes que la tiranía los asesine. Quieres la paz. ¡Pues bien! la debilidad
provoca la guerra; una resistencia general sería la paz universal. Mirabeau. Colectivo Gays-Lesbianas al Presidente
de la Conferencia Episcopal— La homosexualidad forma parte de la naturaleza
y en consecuencia de la voluntad de Dios para con el mundo.[8]
Ustedes, los eclesiásticos, no debieran alinearse con ningún partido
político, porque la Iglesia es universal. Es el modelo de argumentación más persuasivo
porque está cortado a la medida del interlocutor aunque carezca de valor
en el caso de que se dirija a otro adversario o a otro auditorio. Al dirigirnos
a una audiencia plural, ofrecemos varios argumentos para que cada interlocutor
escoja y adopte aquél o aquellos que más le persuadan.
No hay cosa más propia del hombre prudente que usar de forma adecuada
y hábil el lenguaje, según sea preciso, con muchos, con pocos, con eruditos,
con rudos, con un igual, con un inferior, con un menor, observando el tiempo y
lugar, así se hable y se trate de cualquier cosa.[9] Francisco
Frutos— Si me dirijo a los trabajadores defenderé las ventajas que
obtendrán con una ley sobre la jornada de veinticinco horas semanales, pero si
me dirijo a los empresarios, apelaré a sus sentido de la justicia y a sus
convicciones humanitarias. Tito Livio muestra con mucha elegancia cómo
se debe argumentar en función del interlocutor:
Aníbal [tras cruzar los Alpes], empleó toda clase de exhortaciones
para animar aquélla confusa mezcla de hombres que nada tenían en común, ni la
lengua, ni las costumbres, ni las leyes, ni las armas, ni los trajes, ni el
aspecto ni los intereses. A los auxiliares les habló de alta paga por el
momento y ricos despojos en el repartimiento del botín. Hablando a los galos,
avivó en su ánimo el fuego de aquel odio nacional y natural que alimentaban
contra Roma. A los ojos de los ligures hizo brillar la esperanza de cambiar sus abruptas montañas por las
fértiles llanuras de Italia. Asustó a los moros y númidas con el cuadro del
cruel despotismo con que los abrumaría Masinissa; y dirigiéndose a los demás
les señalaba otros temores y otras esperanzas. A los cartagineses habló de las
murallas de la patria, de los dioses penates, de los sepulcros de sus padres,
de sus hijos, de sus parientes, de sus esposas desoladas.[10] No debemos confundir el argumento ad
hominem con la falacia
ad Hominem. Ésta no pretende argumentar, sino atacar al
adversario. |
___________________________________________________________________ Resumen: I. Razón es la proposición que se
aduce en favor de otra.
Argumento es el conjunto de razones (premisas) que sostienen una
proposición. II. Las premisas pueden ser de
dos tipos: a. Datos nacidos de alguna
observación. b.Garantías que justifiquen
el paso de los datos a la conclusión. Empleamos generalizaciones, creencias,
definiciones, leyes, normas, valores. III. Hay una, y sólo una conclusión
para cada argumento.
En algunos argumentos basta una premisa para justificar la conclusión (inmediatos).
La mayoría, sin embargo, exigen dos o más (mediatos). IV. Opinión es una proposición no
fundamentada.
Razonamiento es la operación mental de la que surge el argumento.
Explicación es un razonamiento que ilustra una proposición,
aunque puede servir para probarla. V. Argumentación es el conjunto
de argumentos que conducen a una misma conclusión. Argumentario es el
repertorio de argumentos disponibles para ello.
Las formas principales de argumentación son dos: a. La Suma de argumentos de
distintos orígenes. b. El Sorites o cadena de
argumentos, que admite dos tipos: el primero, que dice otra cosa del mismo
sujeto, y el segundo, que dice lo mismo pero de otro sujeto. VI. La carga de la prueba, es
decir, la responsabilidad de justificar lo que se afirma, corresponde a quien
propone la tesis. Trasladar la carga de la prueba significa transferir,
con razón o sin ella, dicha responsabilidad al oponente. VII. El Epiquerema es una
argumentación que comprende, además de las premisas básicas, sus justificaciones. VIII. Según la seguridad con
que se afirma
la verdad de las cosas, los juicios pueden ser: necesarios y contingentes. IX. La demostración puede ser directa o
indirecta. Llamamos directa a la que aporta pruebas en favor de la
conclusión. La demostración indirecta prueba que cualquier tesis
alternativa es falsa. Podemos realizarla por eliminación y por reducción
al absurdo.
La reducción al absurdo es una prueba indirecta que acepta
provisionalmente la tesis contradictoria para mostrar que si fuera cierta
produciría consecuencias imposibles o inaceptables. X. Refutar es rechazar un argumento
por ser falaz o no resultar concluyente. Se puede efectuar por varios caminos: contradicción,
concesión aparente, retorsión y reducción al absurdo. XI. Argumentación ad hominem
es la que se corta a la medida del interlocutor. ____________________________________________________________________________
En el apartado Manera de pensar, figura el capítulo ¿qué es un buen argumento? |
[1] Cicerón. Cuestiones Académicas.
[2]Sorites es un término equívoco. Su primer empleo
correspondió a la falacia del montón (sorites en griego). Posteriormente
se utilizó para denominar a las cadenas argumentales.
[3]Pro Cluencio.
[6] Cicerón. Cuestiones Académicas.
[7]
Epicteto II, XII, 5.
[8]
Diario El Mundo.
[9] Vives.
[10] Tito Livio XXX.