La Falacia de Falsa Autoridad consiste en apelar a una autoridad que carece de valor
por no ser concreta, competente,
imparcial, o estar tergiversada. Estos
cereales son mejores, porque los anuncia la tele. Debe ser
bueno votar a Bush, porque lo apoya Julio Iglesias. Muchos
anuncios farmacéuticos nos muestran un señor con bata blanca que parece un
médico y no lo es, pero que da consejos como si lo fuera. Estamos ante una
autoridad inconcreta, incompetente e inexistente. Hasta el más honrado de los
humanos cuando discute en familia se inventa autoridades que le salven del
naufragio dialéctico: un maestro, un libro, el primo de la suegra del ministro,
etc. y, si cuela, cuela. Sganarelle— Hipócrates dice que los dos nos cubramos. Geronte— ¿Dice eso Hipócrates? Sganarelle— Sí. Geronte— ¿En qué capítulo, por favor? Sganarelle— En el capítulo de los sombreros.[1] Las características de esta falacia son
dos: el empleo de una falsa autoridad y el afán de engañar. De no ser por esto
último, podríamos considerarla como un argumento flojo que no cumple los
requisitos exigibles a cualquier autoridad. La diferencia se aprecia en cuanto
solicitamos información acerca de ella. Si el argumento es débil se nos
confesará que no se dispone de tal información. Si el argumento es falaz, las
preguntas quedarán sin respuesta, como si no hubieran sido oídas o, más
comúnmente, serán contestadas con evasivas. En resumen, estamos ante un engaño que
pretende ocultar la debilidad del argumento. Podemos defendernos reclamando la
información que se nos niega, porque en esta sofisma, a diferencia de lo que
ocurre en la falacia ad verecundiam, nadie nos coacciona.
El argumentador falaz intenta explotar nuestra ignorancia o nuestro
conformismo, pero no es obligado que lo consiga, puesto que nada nos prohíbe
desnudar la indigencia de sus aseveraciones. Por el contrario, cuando se
pretende cerrar el paso a cualquier crítica mediante expresiones como: necesariamente, ciertamente,
indiscutiblemente, sin duda, obviamente, como saben hasta los niños, etc,
todas las cuales insinúan lo inadecuado, estúpido o insolente que pudiera
parecer cualquier duda sobre el argumento, estamos ante un engaño de tinte
dogmático al que llamamos falacia ad verecundiam. Las falacias de autoridad se alinean
entre las artimañanas que sirven para eludir la carga de la
prueba, es decir, la obligación de aportar datos que sostengan
nuestras afirmaciones. Conviene
no olvidar que una autoridad parcial puede tener razón. Esto es muy
importante. Si rechazamos su razón pretextando su parcialidad, incurrimos en
una falacia ad hominem. |
[1] Moliére. El médico a palos.