USO DE RAZÓN.  DICCIONARIO DE FALACIAS. © Ricardo García Damborenea

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Falacia de FALSA AUTORIDAD

 

 

La Falacia de Falsa Autoridad consiste en apelar a una autoridad que carece de valor por no ser  concreta, competente, imparcial,  o estar tergiversada.

 

Estos cereales son mejores, porque los anuncia la tele.

Debe ser bueno votar a Bush, porque lo apoya Julio Iglesias.

 

Muchos anuncios farmacéuticos nos muestran un señor con bata blanca que parece un médico y no lo es, pero que da consejos como si lo fuera. Estamos ante una autoridad inconcreta, incompetente e inexistente. Hasta el más honrado de los humanos cuando discute en familia se inventa autoridades que le salven del naufragio dialéctico: un maestro, un libro, el primo de la suegra del ministro, etc. y, si cuela, cuela.

 

Sganarelle— Hipócrates dice que los dos nos cubramos.

Geronte— ¿Dice eso Hipócrates?

Sganarelle— Sí.

Geronte— ¿En qué capítulo, por favor?

Sganarelle— En el capítulo de los sombreros.[1]

 

Las características de esta falacia son dos: el empleo de una falsa autoridad y el afán de engañar. De no ser por esto último, podríamos con­siderarla como un argumento flojo que no cumple los requisitos exigibles a cualquier autoridad. La diferencia se aprecia en cuanto solicitamos información acerca de ella. Si el argumento es débil se nos confesará que no se dispone de tal infor­mación. Si el argumento es falaz, las preguntas quedarán sin respuesta, como si no hubieran sido oídas o, más comúnmente, serán contestadas con evasivas.

 

En resumen, estamos ante un engaño que pretende ocultar la debilidad del argumento. Podemos defendernos reclamando la información que se nos niega, porque en esta sofisma, a diferencia de lo que ocurre en la falacia ad verecun­diam, nadie nos coacciona. El argumentador falaz intenta explotar nuestra ignorancia o nuestro conformismo, pero no es obligado que lo consiga, puesto que nada nos prohíbe desnudar la indigencia de sus aseveraciones. Por el contrario, cuando se pretende cerrar el paso a cualquier crítica mediante expresiones como: necesariamente, ciertamente, indiscutiblemente, sin duda, obviamente, como saben hasta los niños, etc, todas las cuales in­sinúan lo inadecuado, estúpido o insolente que pudiera parecer cualquier duda sobre el argumento, estamos ante un en­gaño de tinte dogmático al que llamamos falacia ad verecundiam.

 

Las falacias de autoridad se alinean entre las artimañanas que sirven para eludir la carga de la prueba, es decir, la obligación de aportar datos que sosten­gan nuestras afir­maciones.

 

            Conviene no olvidar que una autoridad parcial puede tener razón. Esto es muy importante. Si rechazamos su razón pretextando su parcialidad, incurrimos en una falacia ad hominem.

 

 


[1] Moliére. El médico a palos.